Toda empresa alimentaria es “invitada” tarde o tempano por parte de un distribuidor (Mercadona, Carrefour, Tesco, Lidl, etc.) a que implante una de las dos normas más reconocidas a nivel mundial en Seguridad Alimentaria, que son IFS y BRC.

Generalmente, y en base a nuestra experiencia, toda empresa ya certificada en una norma ISO (9001, 14001, 22000, etc.) cree que solamente necesita “hacer cuatro documentos”; y si la empresa nunca ha estado certificada, básicamente considera que es un “canon” a pagar. En cualquiera de los dos casos, el punto de partida es erróneo.

¿Qué es una norma IFS o BRC?

Cada una de estas normas nace de un comité en el que participan las grandes marcas de distribución alimentaria a nivel mundial y por tanto:

– Implementan controles (en forma de requisitos) para evitar incidencias que se repiten en el día a día con los proveedores.
– Se actualizan frecuentemente con objeto de pulir dichas incidencias.

Por eso, ambas normas disponen de más de 300 requisitos que deben cumplir las empresas si desean certificarse, y el incumplimiento de alguno de esos requisitos puede conllevar la no certificación, una situación muy usual en empresas de primera certificación.

¿Cómo implantar una IFS o BRC?

Es prioritario disponer de un equipo técnico correctamente formado y con experiencia actualizada en estas normas, o bien contratar a una consultora especializada, ya que como hemos comentado anteriormente, la no superación de la auditoría de certificación es una opción bastante común.

¿Qué mejoras implican para la empresa?

Una empresa certificada en IFS o BRC es una empresa que ofrece plenas garantías de inocuidad y seguridad alimentaria a su cliente y, por tanto, puede acceder a cualquier cliente y mercado, por muy altos que sean los requisitos que presente.